miércoles, 30 de enero de 2013

Tenía razón el especialista

Es tarde. Un poco tarde ya para muchas cosas. Por ejemplo la ayuda cutre de Rajoy a los emprendedores que se animen a montar algo ahora, que se ahorran unos cientos de euros al mes unos meses. Pero eso es una tontería. Aunque sí, probablemente sea tarde también para seguir estudiando. ¡Probablemente estés llegando tarde a algún examen y deberías estar estudiando! Como yo en vez de estar escribiendo esto.

Resulta que el especialista tenía razón. Hace un rato me dijo que aunque la idea del suicidio hubiera desaparecido unos días, volvería. Y aquí está. Es solo un leve recordatorio, "eh, oye, que vengo a decirte que todavía puedes, ya sabes, ya tú sabes... antes de tener que enfrentarte a todo eso que te viene ahora encima". Qué difícil es vivir ahora sin que el pasado y el futuro hagan un bocadillo contigo.

Pero en fin, como yo también esperaba que la idea volviera, tengo algo preparado de otro día para postear aquí. Es un pequeño poema, o reflexión poética, de Antonin Artaud leído sobre unos cuadros de un tal Eduardo Alvarado, con música de Arvo Pärt de fondo. Al parecer lo lee un tal Guillermo Lerma. 


Compararse con Artaud no solo es carecer de humildad, sino alejarse de la realidad por completo, además. Por lo visto Antonin Artaud vivió gran parte de su existencia entre un hospital psiquiátrico y otro. Llegaron a tratarle con electroshocks. De su tratamiento con opio surgió una adicción de por vida. Según cuenta su entrada en la wikipedia también, los psiquiatras coinciden en su esquizofrenia. La tormentosa vida del francés terminó con una sobredosis de hidrato clorhídrico, aunque aún no sabemos si fue un suicidio o no.

Esta lectura de su reflexión sobre el tema de darse muerte a uno mismo es, por lo menos, inspiradora. Pego la traducción (sacada de la información del vídeo de youtube) para los curiosos:

"Antes de suicidarme quiero que se me asegure que así será, querría estar seguro de la muerte. La vida sólo se me aparece como un consentimiento a la legibilidad ilusoria de las cosas y a su vínculo con la mente. Ya no me siento como la encrucijada irreductible de las cosas, la muerte que cura, cura desligándonos de la naturaleza, pero ¿y si no fuera más que una suma de dolores donde no ocurren cosas? 
Si me mato, no será para destruirme, sino para reconstituirme; el suicidio no será para mí más que un medio de reconquistarme violentamente , de hacer brutalmente irrupción en mi ser, de dejar atrás el incierto avance de Dios. Por medio del suicidio, reintroduzco mi diseño en la naturaleza, doy por primera vez a las cosas la forma de mi voluntad. Me libero del condicionamiento de mis órganos, tan mal adaptados a mi yo, y para mí la vida deja de ser un azar absurdo donde pienso lo que me dan a pensar. Elijo entonces mi pensamiento y la dirección de mis fuerzas, de mis tendencias, de mi realidad. Me coloco entre lo bello y lo feo, lo bueno y lo maligno. Me quedo suspendido, sin inclinación, neutro, presa del equilibrio de las buenas y las malas peticiones. 
Porque la vida en sí misma no es una solución, la vida no tiene ninguna clase de existencia elegida, consentida, determinada. No es más que una serie de apetitos y de fuerzas adversas, de pequeñas contradicciones que alcanzan su fin o abortan siguiendo las circunstancias de un azar odioso. El mal, como el genio, como la locura, se encuentra instalado de manera desigual en cada hombre. Tanto el bien como el mal son el producto de las circunstancias y de un sentimiento que se potencia hacia algo más o menos activo.
Es ciertamente abyecto ser creado, vivir y sentirse irreductiblemente determinado hasta en los menores reductos, hasta en las ramificaciones más impensadas de su ser. Después de todo no somos más que árboles y probablemente esté inscripto en un recodo cualquiera del árbol de mi raza que algún día me mataré. 
La idea misma de la libertad del suicidio cae como un árbol talado. No soy el creador del tiempo, ni del lugar, ni de las circunstancias de mi suicidio. Ni siquiera doy origen al pensamiento, ¿sentiré la arrancadura? 
Puede que en ese instante mi ser se disuelva, pero si permanece entero, ¿cómo reaccionarán mis órganos arruinados, con qué órganos imposibles registraré yo el desgarramiento? 
Siento la muerte sobre mí como un torrente, como el sacudón instantáneo de un rayo del que no alcanzo a imaginar la capacidad . Siento la muerte cargada de delicias, de dédalos en remolino. ¿Dónde está, en esto, el pensamiento de mi ser? 
Pero he aquí de pronto a Dios como un puño, como una guadaña de luz cortante. Me he separado violentamente de la vida, ¡quise remontar mi destino! 
Dispuso de mí hasta el absurdo, este Dios; me ha mantenido vivo en un vacío de negaciones, de encarnizados renegares de mí mismo, ha destruido en mí hasta los menores empujes de vida pensante, de vida sentida. Me redujo a ser como un autómata que camina, pero un autómata que sintiera la ruptura de su inconsciencia. 
Y he aquí que quise dar pruebas de mi vida, que quise unirme a la resonante realidad de las cosas, que quise romper mi fatalidad. 
¿Y qué dice Dios? 
Yo no sentía ni la vida, la circulación de toda idea moral era para mí como un río reseco. La vida no era para mí un objeto, una forma; había devenido una serie de razonamientos. Pero razonamientos que daban vueltas en el vacío, razonamientos que no daban vueltas, que estaban en mí como esquemas posibles que mi voluntad no llega a fijar. 
Para llegar al estado de suicidio, necesito el retorno de mi yo, necesito el libre juego de todas las articulaciones de mi ser. Dios me colocó en la desesperación como en una constelación de callejones sin salida cuya iluminación conduce hasta mí. No puedo ni morir, ni vivir, ni desear morir o vivir. Y todos los hombres son como yo."

Es terriblemente interesante que alguien tan desesperado como Artaud (aún sabiendo poco más que nada de él) llegara a escribir un final a esta reflexión, en cierto modo, tan optimista: "No puedo ni morir, ni vivir, ni desear morir o vivir. Y todos los hombres son como yo". Su entrega metafísica lo saca de una sacudida de su pulso de muerte, y lo deja pendiendo de un abismo en el que su espíritu sigue estremeciéndose en una desesperada huida desde ninguna parte, hacia ninguna parte. Y en parte desdice toda su anterior justificación sobre su propio suicidio. ¿Por qué no iba a desdecir la nuestra?

No hay comentarios:

Publicar un comentario